domingo, 7 de octubre de 2012

El Rey Sin Corona Y La Llave Perdida: Prefacio


Tengo otra historia!!!


Se podría decir que Violet Middlebrook es normal, y hasta donde ella sabe, así lo es. Lo más extraordinario de ella son sus buenas notas, y sus ojos atrayentes violetas (¿irónico, con todo y su nombre, no?).
Cuando sus padres deciden enviarla a un campamento —contra su voluntad—, y ella entra a un lago donde hay una aurora boreal en el fondo, ella tendrá que descubrir, ¿qué hace ella ahí? ¿Cuál es el propósito de los violaceus-oculos? Por más dotada que sea, sigue siendo una humana.
¿Qué hace ella en el mundo de la magia?

····Prefacio····

···Violet···


¡Último día de escuela! Genial, ¿eh? Mucho. Cogí mi mochila y me despedí de Tori. En contra de lo que muchos creían, su nombre no era Victoria, si no Torine. Un nombre extraño…
Este último día significaba que, primero; en verano cumpliría catorce, lo que nos llevaba a la segunda; ¡el año siguiente entraría a primero! Lo que daba como resultado solo tres de años para el último año.
Llegué a mi autobús (el número tres), donde usualmente me esperaba Christopher. Nuestras casas estaban una frente a la otra, y habíamos crecido juntos. Cuando mis padres se mudaron a esta pequeñísima cuidad (que aspiraba a pueblo), sus padres los siguieron. Fueron amigos desde que eran niños, y en universidad asistieron a la misma hermandad.
Cuando teníamos nueve años, Chris y yo nos dimos cuenta de que ambas parejas esperaban que nos casáramos, algo que implicaba un sentimiento que definitivamente no teníamos hacia el otro. Lo ignoramos y actuamos normalmente, a pesar de que tenía sospechas de que nuestras madres ya planeaban nuestra boda. Escalofriante.
Subí los escalones del autobús. Chris me guardaba un lugar, está vez me tocaba el del pasillo.
—Hola, niña. —me saludó él, sabiendo que llamarme “niña” me molestaría.
Entrecerré los ojos a él.
—Solo eres mayor por dos semanas.
—Tengo 14, y tu 13. —afirmó encogiéndose de hombros.
—Solo hay diferencia de una semana y cuatro días.
El quitó su mochila de mi puesto, para que yo me sentara, y la puso a sus pies. Yo imité su último movimiento.
—Es el último día de clase. Mañana comienzan las vacaciones. —dijo él.
¡Lo sabía! Dios, ¿no se enteraba de que me moría de ganas que ir a la piscina con mis amigas mañana?
—Me maravilla tu capacidad de señalar lo obvio. —observé.
Chris rodó los ojos.
Eran unos hermosos ojos azules, en una cara enmarcada de pelo negro. Su cabello no tenía orden, parecía ir al lado donde quisiera, era un poco largo, pero en vez de caer por ser largo, era como si la estática lo mantuviera ligeramente parado. La verdad es que mi amigo era guapo.
Yo por mi parte, tenía unos atrayentes (lo he comprobado) y, por desgracia, expresivos ojos violetas, y cabello pelirrojo (gracias al chicle, el color de mi cabello era más pelirrojo oscuro que zanahoria, pero aún así tenía un poco de ambos) en tirabuzones sobre mi cabeza, piel clara, pero no pálida. Yo era bastante bonita. Pero tenía pecas. Pecas, mis, molestas por excelencia, pecas. Ni mucho menos la más bonita de la clase, pero estaba segura de que no era fea.
—Tu capacidad para señalar mi capacidad para decir lo obvio me maravilla. —musitó.
—Copión. —dije frunciendo el ceño juguetonamente.
El rodó los ojos de nuevo.
—¿Qué vamos a hacer mañana? —preguntó Chris.
—Mmm… yo iré a la piscina, pero me puedes acompañar. Van a ir Tori, Eileen, y Clary. ¿Vienes?
Arrugó la nariz.
—Muchas chicas. —se quejó.
Puse lo ojos en blanco.
El resto del viaje, recordamos lo que habíamos hecho el resto del año, lo que otros habían hecho, y lo que nos habían hecho.
El autobús paró.
Chris me dio dos golpecitos en la rodilla, ya que yo no contaba las paradas ni miraba por si era la mía, por lo tanto lo seguía. Recuerdo que hubo una semana en la que el se enfermó y no fue a la escuela, así que cuando me metí en el autobús y llegamos a mi parada, bueno, yo seguía hablando con el de al lado y la pasé, y esta vez no estaba Chris para recordarme. Pasé cinco paradas, hasta que me di cuenta de que llevaba más tiempo que el usual en el autobús.
Salí primero, ya que estaba del lado del pasillo, y caminé hacia el frente del autobús, sabiendo que Chris me seguía. Bajamos.
—El domingo haremos algo juntos, ¿verdad? —murmuró.
Yo también tenía esa preocupación. Desde el verano pasado nos habíamos distanciado, comenzando con nuevas amistades, y ahora nos veíamos mucho menos que hace dos años.
—Si. —contesté, sonando decidida.
Se dibujó una leve sonrisa en nuestros rostros.
—¿Qué vamos a hacer? —pregunté.
—No iremos a la piscina. —aclaró.— Iremos al lago embrujado.
El lago embrujado era un lago grande, pero fácilmente llegabas al otro lado, desde pequeños nos habían inculcado la creencia de que estaba embrujado. Estaba cerca de otro lago más grande, donde hace cinco años nos habían llevado nuestras madres. Los rumores del lago embrujado llegaban hasta aquí, y aunque los padres llevaban a sus hijos al otro lado (no por que estuviera embrujado, era por los tamaños), los chicos se retaba a nadar en el otro. Un día, Chris me retó a nadar ahí. Obviamente, yo acepté. Realmente era fácil cruzarlo, pero pensando que hay fantasmas, bueno, eso usualmente desconcentra.
Sonreí ampliamente.
Desde ese día, supimos que ahí no había nada del otro mundo. Cada vez que íbamos al lago grande, nos escapábamos al “embrujado” donde rara vez aparecía alguien.
—¿Y cómo piensas llegar? —lo cuestioné.
—Le pediré a mamá que nos lleve.
Paramos. Habíamos llegado a mi casa. Normalmente, Chris me acompañaba todo el trayecto a casa (dos calles), y luego iba la casa del frente, su casa. Hacía un par de años, me había dicho que su madre lo obligaba a hacerlo.
Me despedí y entré en mi casa.
—¡Ya llegué! —grité en el interior de la casa.
Tiré mi mochila contra el mueble.
Subí a mi habitación.
A las 7:00 llegarían los Fannington, igual que la mitad de las veces donde había un día remotamente fuera de la rutina.
—¡Violet! ¡Baja ya! —escuché a mi madre —no gritar, no, no, no, ella no grita— “exclamar”.
—¡No estoy lista! ¡Todavía!
—¡No es eso!
Sabiendo que no había forma de que ganara esto, bajé de buena gana. Mis padres estaba sentados en un mueble de dos plazas. Yo amaba esos muebles, eran tan cómodos… Me senté en el individual, con la parte trasera de mis rodillas en el gigante reposabrazos.
—¿Qué pasa?
Se miraron entre sí, y yo sabía que algo iba mal. Esas miradas traían problemas. Y no, no eran un augurio, eran las causantes.
La última vez que me dieron esa mirada fue cuando decidieron (mis padres, los padres de Chris) que nos llevarían a una escuela privada, DONDE HABRÍA UNIFORMES. Fue hace un mes, y ya lo superé. Aún estoy resentida, pero no tanto.
—¿Qué? —gruñí. Casi amenazadoramente.
—Cariño, sabemos que estás entusiasmada por este verano, pero… irás a un campamento… —comenzó mi madre.
¿Qué demonios…?
—¿QUÉ?
Papá tomó la palabra.
—Tenemos que hacerlo. Es lo mejor para ti.
—¿Y eso por qué?
—Por que estas fallando en la escuela. Tienes un promedio de 8.4.
—Eso está bien.
—No, no lo está. —corrigió suavemente mamá.— El año pasado tuviste un promedio final de 9.8. Cuasi-perfecto, cariño.
Como si no lo recordara. Me había frustrado enormemente no tener un promedio de diez. Grrr.
—Y este año, —dijo papá, continuado la explicación de mamá.— tuviste un promedio final de 8.4. Tu eres muy inteligente, tienes la capacidad de examinar y sacar una conclusión de las cosas casi inconscientemente, entiendes cada cosa que te explican, si te explican bien. Pero no lo tomas enserio. Así que decidimos enviarte a un campamento de verano. Sin celular, te confiscaremos cualquier cosa que te haya distraído este año. No celular, no internet, no computadora. Llegamos a la conclusión de que sería más fácil y efectivo lograrlo si te enviábamos a un campamento.
Yo casi no uso el celular, prácticamente no lo toco, solo lo llevo a todos lados conmigo por emergencias, pero normalmente uso el teléfono fijo. Y sobre el internet y la computadora, tal vez los uso un poco demasiado, pero no tanto.
Abrí varias veces la boca para hablar, pero no salió palabra de mis labios. ¿Acaso me odiaban?
—¿Reclusión? ¿De verdad? —semi-grité.
Mi madre vaciló en contestar.
—Es un campamento, pero no es reclusión.
Resoplé.
Subí los escalones dando pisotones, y cerré con un golpe la puerta de mi habitación. Sabía que no me libraría de esto.
Solté involuntariamente lágrimas de rabia, enfadada con el mundo.
Yo quería ir a la cena con los Fannington, así podría hablar con Chris. Me enfundé unos jeans, y una camiseta con una marca de beso al frente, negra. Me planché el cabello, y me puse unos converse negros deshilachados.
Estaba lista para cuando los Fannington tocaron el timbre.
Bajé corriendo las escaleras para recibirlos en la sala de estar. Mamá estaba inclinada sobre mi hermanita, acomodándole la falda. Sinceramente, ¿tenían que hacerlo en la sala?
—¿Ya no estás molesta? —preguntó mamá esperanzada.
—Yo todavía no he acabado, pero debo hablar con Chris. —dije.
Puse mis manos en mis bolsillos delanteros.
Los Fannington entraron en la sala.
Chris llevaba una camiseta de botones azul de manga corta, con unos jeans azul oscuro, y unos converse negros deshilachados, parecidos a los míos, pero donde en los míos habían corazones maltrechos, los de el tenían calaveras emo.
Sus ojos se veían increíbles cuando usaba azul. El pensamiento me recordó a cuando engañamos a nuestros padres fingiendo que éramos novios, y a su cara de desilusión cuando un día actuamos normalmente.
Solté una risita, lo que causó que todos me miraran.
Me encogí de hombros.
Me acerqué a saludar a los padres de Chris, observé a mis padres y a Kirsty.
Los padres se fueron al comedor, mientras las madres se confinaron a la cocina, dejándonos a Chris y a mi en la sala, y a Kirsty viendo la televisión.
Le hice una seña a Chris para que me siguiera. Logré conservar la compostura hasta llegar a mi dormitorio, donde me arrojé a los brazos de Chris y lloré.
—Ellos… ellos me van a… —sollocé contra su hombro.— ¡me van a enviar a un campamento en verano! ¡Sola! No conoceré a .. a nadie… y… y…
Esta bien, tal vez estaba siendo un poco melodramática. Demándame.
Sollocé otro rato en su pecho, mientras el me abrazaba y me acariciaba el cabello. Noté que su pecho vibraba así que volteé a mirarlo. Tenía los labios apretados, parecía estar luchando contra una carcajada.
Me olvidé de llorar por un segundo.
Lo miré confundida.
—¿Por qué te ríes? —cuestioné enfadada.
—¡No vas a ir sola, Vee!
—¿Qué?
—Yo iré contigo. Como si nuestros padres no examinaran cada situación entre ellos. —bufó.
Yo estaba más feliz. Estar con Chris proporcionaba el entretenimiento equivalente a tres de mis amigas.
—Mi cumpleaños sigue siendo el día en que me recluirán al campamento, ¿sabes? Vas a tener que esforzarte para mantenerme feliz.
Y así fue como terminé confinada a un campamento de verano al que definitivamente no quería ir. Horrible.

FIN DEL CAPITULO
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